La docencia puede ser un trabajo apasionante, ¡sobre todo si te gusta! Reconozco que sí es mi caso, que disfruto con lo que hago.
Pero (siempre hay un pero), todos los años me toca dar clase a un grupo al que no soporto, bueno, ni yo ni ningún profesor que no haya arrojado la toalla.
Este año no es excepción. Los lunes me desayuno con una panda de objetores del conocimiento, impresentables que lo único bueno que hacen en la clase es calentarla para los que vienen detrás (no es baladí, los lunes por la mañana las clases que dan al norte como la mía están heladas).
No es que no traigan el libro de texto, es que no traen cuaderno ni bolígrafo. Hoy teníamos examen, tres de ellos sin bolígrafo. Me vengué, les hice aburrirse durante el tiempo normal del examen, cuando la mayoría lo terminó a los 30 segundos. Sólo escribieron el nombre.
Estoy convencido que alguno de ellos podría haber escrito bastante, pero se niegan, lo que mola es no hacer nada y presumir de llevar una buena carrada de ceros en las notas.
Por suerte hay otros muchos magnificos estudiantes. Los de 4º de ESO de este año, por ejemplo.
Hay que acordarse lo que hacíamos algunos de jóvenes, y eso que al final conseguiamos aprobar...
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